Entrevista a Jorge Huergo (2005): «Lo educativo como arma de emancipación»

lunes, septiembre 8, 2008 a las 16:44 | Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

Con una vasta trayectoria coordinando proyectos comunicacionales y educativos junto a diferentes movimientos sociales y grupos comunitarios, el docente e investigador de la Carrera de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad de La Plata, analiza la nula apuesta que existe en la sociedad civil por el trabajo educativo, al tiempo que destaca positivamente las nuevas prácticas juveniles que vienen proliferando en el terreno del arte. «En lo artístico cultural se están inscribiendo valores de enseñanza que entran en contradicción con el orden hegemónico», sostiene.

Lleva más de 25 años recorriendo organizaciones sociales de todo el país y trabajando con grupos de jóvenes y estudiantes. Docente e investigador, devoto de Paulo Freire y los postulados de la educación popular, Jorge Huergo enfatiza la compleja relación que existe entre la reflexión y la intervención social. «Hay una variedad importante de instancias de reflexión que tienen que ver con la práctica que llevan adelante las organizaciones populares -apunta-. Uno puede hacer desde la tematización una fuerte crítica a la dominación y los mecanismos de dominación, -sean de clase, antagonismos sociales o lo que fuere- y después en la metodología de intervención reproducir los mismos modos de dominación. La reflexión sobre la coherencia entre la práctica y el ideario de la organización es algo que no siempre se trabaja satisfactoriamente».

¿Por qué?

Pienso que tiene que ver con algo que han asumido algunas organizaciones sociales: el valor de lo educativo, la politicidad de lo educativo y la poca apuesta que hay sobre el trabajo educativo. No solo lo que tiene que ver con el pronunciamiento de la voz, lo que ya es mucho decir, sino lo educativo en términos de una mayor capacidad de análisis y de ampliación del sentido de la práctica dentro de la sociedad. A mí me parece que eso ha golpeado mucho, tiene que ver con la crisis de las instituciones de formación y se ha generalizado a otros campos.

¿Cómo juegan las construcciones hegemónicas en el interior de estos movimientos?

En el último tiempo, la hegemonía se ve claramente en cómo se ha construido la noción de peligrosidad: ahí hay algo muy importante que tiene que ver con localizar e identificar al otro como sospechoso. Y todo eso no solo circula en la organización o la sociedad civil, sino que se despliega en el imaginario cotidiano. Esto es grave porque establece una especie de generalizada sospecha no solo sobre las acciones, sino sobre los intereses de los sectores más desprotegidos.

De todos modos uno encuentra organizaciones que trabajan muy fuertemente sobre ese eje, podrán ser buenos o malos, pero recuperan el potencial emancipador que tiene lo educativo. La educación tiene todas sus cosas negativas pero indudablemente es una herramienta de emancipación fundamental que no se la toma demasiado en serio. No solo en los sectores populares, también las clases media le dan un escaso valor. Estamos en una sociedad muy centrada en el consumo y existe una gran tinelización de la cultura: el boludeo, el sacar ventaja, que las acciones se basen en el egoísmo. Todas estas cosas no construyen; las nuevas tecnologías, el teléfono celular van guiando el patio de objetos con el cual el sujeto se maneja todos los días pero que, en última instancia, no es una apuesta hacia algo más colectivo: todo finaliza con el cierre sobre los logros personales. Es esto, fundamentalmente, lo que le hace el juego a la hegemonía.

En los últimos años, sin embargo, la dimensión educativa fue asumida como una bandera de batalla por muchas organizaciones sociales y políticas.

Creo que existe un mapa muy variado de experiencias, algunas que todavía son deudoras de cómo entender lo político que no se corresponden con lo que pasa hoy, otras que se aíslan y evitan dotar a sus prácticas de un sentido político por temor a contaminarse, a veces con la sospecha de aquello que los vincula con el poder. Otros grupos se han ido inscribiendo o adecuando a las prescripciones de los organismos de financiamiento. También están quienes incorporan lo educativo como herramienta de transmisión de idearios políticos. Y, finalmente, las organizaciones que actúan como reflejo: comedores comunitarios que trabajan directamente lo educativo pero que han adoptado estas ideas sobre la peligrosidad del otro. Gente que ha nacido como movimiento vinculado a su situación de desocupado pero que terminó asumiendo el discurso de los medios.

Por eso creo que hay un doble proceso: por un lado una riqueza muy grande en cuanto crecimiento de experiencias, y por otro la atomización de los movimientos sociales, como un hacerle el juego -involuntariamente- a la hegemonía y a la dominación, lo cual genera un panorama incierto en esos sectores. Lo educativo y lo comunicacional, pareciera, siguen estando muy ligados a la relación dominante y dominador en un sentido micro: tomar la palabra, la espontaneidad de los saberes, las formas de expresión y todo aquello que se denomina como basista.

Da la sensación de que los dominados trabajan a favor de su propia dominación, ¿es realmente así?

Creo que es efectivamente así. Los dominados trabajan a favor de su propia dominación porque en los sectores populares existe una idea muy instalada que tiene que ver con la horizontalidad para organizarse y la autodeterminación para perdurar. Y esto genera sospechas, un purismo político del cual no se puede escapar. El proceso culmina con muchos grupos que terminan automarginándose y no inscribiéndose en una construcción más colectiva. Esto, involuntariamente, acentúa la dominación del dominante. Después está la cuestión más cultural, organizaciones cuyos integrantes son jóvenes y dicen «los piqueteros son peligrosos, delicuentes», ahí se comprueba que muchas veces se confunde el enemigo.

Por eso se deben conformar espacios educativos, pero también, pensar lo educativo a partir de la creación, la problematización, no solo desde la identificación de grupos contestatarios, sino como entrada que produzca nuevas prácticas y nuevas reflexiones. Si yo soy peligroso por ser joven, es vital desmantelar eso que permita desarrollar otro pensamiento que adquiera un papel visible en el debate público. Algunas organizaciones políticas, en el caso contario, suelen montarse sobre disgustos sociales, reclamos o rechazos como sucedió con en el caso Cromañón: allí es muy fácil usar políticamente ese hecho y sobrevictimizar a las víctimas. Si uno aprovecha de la situación o de la coyuntura e intenta interpelar en base al conocimiento de esa situación, seguramente algún logro obtendrá. Ahora, de ahí a que eso signifique un trabajo colectivo sustentado en la reflexión hay un trecho largo.

La CTA, por ejemplo, tiene una construcción política muy interesante. No es solamente una construcción sindical sino que también es intelectual. Después existen otras ideas que aportan: la apuesta a los movimientos sociales como actores políticos, el caso del Encuentro por la Soberanía que se gestó en Rosario. Es interesante observar el desplazamiento que han hecho algunas instituciones políticas para abrirse a lo que es el movimiento de la sociedad.

En el trabajo que realiza con jóvenes y en un tiempo de cambios tecnológicos en el cual las identidades parecen mutar permanentemente, ¿cómo analiza los comportamientos juveniles dentro de los grupos?

Pienso que hay mucha mezcla, uno no podría decir que los jóvenes son totalmente conformistas. Existen una serie de condiciones que se han creado para que los jóvenes consuman ciertos objetos y elijan ciertos comportamientos. Sin embargo observo en muchos grupos ligados a lo artístico popular -no en el sentido culto de la palabra o como producción a consumir, sino de arte como construcción social- a jóvenes adhiriendo a una serie de valores interesantes. Allí hay un proceso que hay que mirarlo con mucha atención, e incluso, con optimismo. En esta sociedad en la que se han multiplicado las pobrezas no solo se trata de subsistir, los jóvenes están armándose contra la pobreza de protección y contra la pobreza de comprensión. Van leyendo el mundo y la realidad de acuerdo a un modo que uno no compartiría pero es un ejercicio interesante.

En muchas de esas expresiones uno observa que hay peleas para vivir mejor y muchas veces no son batallas individuales sino que tienen un fuerte espíritu solidario. El valor de la amistad en los jóvenes está muy arraigado, formas de amistad que están muy anudadas a vivir la sexualidad, como si se tratara de una construcción entre sexualidad y amistad. Esto es positivo pero no en sentido absoluto: es como una lucha por vivir mejor de lo que han sido condenados a vivir. No es el ideal pero son caminos, hay que mirarlos y acompañarlos, no digo alentarlos, pero sí seguirlos, aprender nuevos modos que, algunas veces, son muy lindos de ver. Porque en todo caso son prácticas que se leen políticamente.

¿Por dónde pasaría la articulación y la construcción colectiva frente a respuestas juveniles que se vislumbran como inestables y fragmentadas?

Creo que las experiencias en los diversos lugares donde existan prácticas contrahegemónicas y alternativas no son estériles, son interesantes. Ahí es dónde uno tiene que empezar a mirar procesos que son más largos, cuestionarse cómo trabajar la intervención pero también observarlo como complejidad. No me animaría a decir que esas expresiones culturales son conformistas, existen lecturas oposicionales que se hacen y por eso advierto que hay crecimiento en esas lecturas. Es cierto que se quedan ahí y no se pasa a la acción, pero claramente hay algo de politicidad en la práctica. Y tal vez lo que no se encuentra son los modos de plasmar una forma de lo político que no sea a través de las instituciones que conocemos. La articulación colectiva no se sabe si se va a dar a través de los partidos tradicionales, sí pienso que hay una carga de lo político en muchas de estas prácticas que se deben seguir atentamente.

Lo mismo pasa con las subjetividades, las personas que componen y se involucran en los movimientos sociales. Hay muchos jóvenes que sufren en las organizaciones y uno observa que a veces es la propia organización la que los aplasta, por más que tengan idearios de lo más progresista terminan siendo angustiante para los propios sujetos. Y ese es otro tema a reflexionar, el proceso de formación. De todos modos hay cada vez más inquietudes y demandas de acompañamiento para este tipo de procesos, organizaciones como H.I.J.O.S de Capital Federal que tiene inquietudes en este sentido y se preocupan mucho por indagar en las marcas históricas de las organizaciones: de dónde provienen los sujetos, la ternura, el dolor. La fuerza que se ven en esos pibes no se encuentran fácilmente y con ese mismo tenor tiñen su propia reflexión.

¿Qué cambios culturales, si es que los hubo, cree que introdujo el trágico episodio del boliche República Cromañón?

Lamentablemente, suele suceder que los hechos más dramáticos son los que cristalizan situaciones que operan en la sociedad y que no se ponen sobre el tapete. Cromañón ha tenido, sin duda, un efecto educativo y digo lamentablemente porque cuesta mucho que haya efectos educativos en los hechos sociales. Pareciera que tuvieran que pasar situaciones gravísimas para que surjan estos efectos. Abren cuestiones alrededor que muchas veces desencadenan procesos que no están directamente vinculados pero que cristalizan a partir de un acontecimiento que impacta. En ese sentido, la masacre de Once lamentablemente fue positiva. Así como también apareció la sobreculpabilización del culpable, lo cual habla de la sociedad que tenemos. Son dos extremos que abrieron grietas: desprotección no solo del estado sino de la sociedad civil y los efectos que produjo culturalmente.

¿De todos modos, no se advierten cambios visibles si se toma en cuenta los riesgos que continúan asumiendo algunos jóvenes a través de sus prácticas?

Cuando no hay una identificación colectiva más amplia, las identidades comienzan a resolverse de manera muy sectaria con altos grados de intolerancia. Aparecen fronteras que tienen que ver con la imposibilidad o la ausencia de una referencia más colectiva. Efecto de fragmentación y sectarización que no pasa solo, por ejemplo, con las tribus skinheads que desarrollan sus atributos identitarios muy fuertemente, sino con otros nucleamientos más débiles. Las denominadas tribus urbanas no son un fenómeno exclusivo de los jóvenes: solo que en el segmento juvenil el rechazo se formula de un modo muy dramático. Porque son cuestiones de corto alcance que se vinculan directamente a cómo viven el tiempo estos sectores, que hoy es radicalmente diferente al de las generaciones pasadas.

Entrevista por Pablo Provitilo

Fuente: Matando la tristeza del corazón

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